Aquella tarde, mientras conversaba con Marcelo, el más viejo de mis compañeros de trabajo, logré ver entre la niebla un resplandor intermitente. Lo único que podía determinar era que se dirigía hacia el astillero. Al definirse las formas, mi expectación se transformó en asombro. Era un enorme buque de tres mástiles. Sus velas raídas denotaban que habían soportado, quizás durante siglos, las incontenibles ráfagas del tiempo.
Interrogué a Marcelo, desconcertado.
“Es un barco fantasma -respondió- Hacía años que no lo veía. No imagino por qué ha vuelto”. Comenté asustado que debía tratarse de un presagio. Algo terrible estaba a punto de ocurrir. “No lo creo -me corrigió, sin darle ninguna importancia-. Solo debe ser que el océano está recordando”.
KALTON BRUHL
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