sábado, 10 de noviembre de 2012

VAMPIROS II. UN TIPO RARO (FRAGMENTO)


Muchas personas se asombran de que camine hacia atrás. Incluso algunas, pretendiendo hacer una gracia, me preguntan si sé bien por donde ando, o si tengo ojos en la nuca. Hay que ser estúpido para no darse cuenta de que mi emisor-receptor de ultrasonidos es tan eficaz para detectar los obstáculos como el ojo más agudo. Ahora ya me he acostumbrado, pero durante los primeros años de mi vida, la atención de la gente fue una pesadilla para mí, que consideraba perfectamente normal el hecho de que mis pies prensiles estuvieran alineados con la nuca. La cosa era lógica. Si no tuviera los pies hacia atrás, ¿Cómo podría caminar de espaldas o dormir colgado de una barra cerca del techo?

MARIANO SANZ

lunes, 5 de noviembre de 2012

SUICIDIO EXPRESS




–Quiero suicidarme.

–¿Prefiere Cleopatra, Onassis, Crisis del 29?

–¿Usted cuál me recomienda? 

–Se llevan los de altura. En operación Videla, la lanzamos al océano desde un helicóptero. 

Por supuesto, rescataremos su cadáver. Es caro, pero puede pagarlo en cómodos plazos.

–¿Y si me divorcio?


EUGENIA CARRIÓN GARCÍA

viernes, 2 de noviembre de 2012

EN LA GALERÍA



Si alguna débil y tísica amazona circense fuera obligada por un director despiadado a dar vueltas a la pista sin interrupción durante meses, a golpe de fusta, sobre un ondulante caballo, ante un público incansable; a pasar como una exhalación, lanzando besos, saludando y flexionando la cintura, y si esa representación se prolonga indefinidamente, bajo el incesante estrépito de la orquesta y de los ventiladores, acompañada por fluctuantes olas de aplausos, entonces, tal vez algún joven espectador de la galería bajaría rápidamente las largas escalinatas, cruzaría los estrados, irrumpiría en la pista y gritaría: “¡basta!”, en medio del estrépito de la siempre oportuna orquesta.
Pero no es así; una hermosa joven, blanca y sonrosada, sale de detrás de los cortinajes que los criados abren ante ella; el director, buscando con deferencia su mirada, se acerca como un animal sumiso; con cuidado, la ayuda a subir al caballo; como si fuera su nieta predilecta a punto de iniciar un viaje peligroso; no se decide a dar el latigazo de partida; finalmente, como obligándose a sí mismo, lo da, restallante; corre junto al caballo, con la boca abierta; sigue con mirada atenta los saltos de la amazona, como si no pudiera dar crédito a tanta destreza; trata de aconsejarla con gritos en inglés; furioso, exhorta a los empleados que sostienen los arcos para que tengan más cuidado; antes del gran salto mortal, pide silencio a la orquesta con los brazos en alto; finalmente, ayuda a la muchacha a desmontar del tembloroso corcel, la besa en ambas mejillas y todos los aplausos le parecen insuficientes; mientras ella, sostenida por él, erguida sobre la punta de los pies, rodeada de polvo, con los brazos extendidos y la cabecita echada hacia atrás, desea compartir su felicidad con el circo entero. Como esto es lo que ocurre, el espectador de la galería apoya el rostro sobre la baranda y, hundiéndose en la marcha final como en una honda pesadilla, llora sin darse cuenta.

FRANZ KAFKA