martes, 11 de diciembre de 2012

EL ANILLO





En la mano cercenada del cadáver mutilado brillaba burlon un anillo de la suerte. 


JUAN VIVANCOS

sábado, 1 de diciembre de 2012

AUTODEFINIDO








1984. The Doors. Izquierda Unida. Eduardo Lago. Confederación General del Trabajo. 1100 euros al mes. Periodista. Cerveza fría. Soltero. El show de Truman. El Principito. Ateo. No me gustan las etiquetas.

ÁLVARO PINTADO

sábado, 10 de noviembre de 2012

VAMPIROS II. UN TIPO RARO (FRAGMENTO)


Muchas personas se asombran de que camine hacia atrás. Incluso algunas, pretendiendo hacer una gracia, me preguntan si sé bien por donde ando, o si tengo ojos en la nuca. Hay que ser estúpido para no darse cuenta de que mi emisor-receptor de ultrasonidos es tan eficaz para detectar los obstáculos como el ojo más agudo. Ahora ya me he acostumbrado, pero durante los primeros años de mi vida, la atención de la gente fue una pesadilla para mí, que consideraba perfectamente normal el hecho de que mis pies prensiles estuvieran alineados con la nuca. La cosa era lógica. Si no tuviera los pies hacia atrás, ¿Cómo podría caminar de espaldas o dormir colgado de una barra cerca del techo?

MARIANO SANZ

lunes, 5 de noviembre de 2012

SUICIDIO EXPRESS




–Quiero suicidarme.

–¿Prefiere Cleopatra, Onassis, Crisis del 29?

–¿Usted cuál me recomienda? 

–Se llevan los de altura. En operación Videla, la lanzamos al océano desde un helicóptero. 

Por supuesto, rescataremos su cadáver. Es caro, pero puede pagarlo en cómodos plazos.

–¿Y si me divorcio?


EUGENIA CARRIÓN GARCÍA

viernes, 2 de noviembre de 2012

EN LA GALERÍA



Si alguna débil y tísica amazona circense fuera obligada por un director despiadado a dar vueltas a la pista sin interrupción durante meses, a golpe de fusta, sobre un ondulante caballo, ante un público incansable; a pasar como una exhalación, lanzando besos, saludando y flexionando la cintura, y si esa representación se prolonga indefinidamente, bajo el incesante estrépito de la orquesta y de los ventiladores, acompañada por fluctuantes olas de aplausos, entonces, tal vez algún joven espectador de la galería bajaría rápidamente las largas escalinatas, cruzaría los estrados, irrumpiría en la pista y gritaría: “¡basta!”, en medio del estrépito de la siempre oportuna orquesta.
Pero no es así; una hermosa joven, blanca y sonrosada, sale de detrás de los cortinajes que los criados abren ante ella; el director, buscando con deferencia su mirada, se acerca como un animal sumiso; con cuidado, la ayuda a subir al caballo; como si fuera su nieta predilecta a punto de iniciar un viaje peligroso; no se decide a dar el latigazo de partida; finalmente, como obligándose a sí mismo, lo da, restallante; corre junto al caballo, con la boca abierta; sigue con mirada atenta los saltos de la amazona, como si no pudiera dar crédito a tanta destreza; trata de aconsejarla con gritos en inglés; furioso, exhorta a los empleados que sostienen los arcos para que tengan más cuidado; antes del gran salto mortal, pide silencio a la orquesta con los brazos en alto; finalmente, ayuda a la muchacha a desmontar del tembloroso corcel, la besa en ambas mejillas y todos los aplausos le parecen insuficientes; mientras ella, sostenida por él, erguida sobre la punta de los pies, rodeada de polvo, con los brazos extendidos y la cabecita echada hacia atrás, desea compartir su felicidad con el circo entero. Como esto es lo que ocurre, el espectador de la galería apoya el rostro sobre la baranda y, hundiéndose en la marcha final como en una honda pesadilla, llora sin darse cuenta.

FRANZ KAFKA

domingo, 28 de octubre de 2012

LOS CAMBIOS DE COSTUMBRES



Para alguien tan aferrado a las viejas costumbres como yo todos los cambios son sinónimo de malestar y desasosiego. Mis vecinos, mis pobres vecinos siempre me han detestado. Ahora lo sé. Quizá envidia por mi linaje o por mis extensas propiedades o por este castillo medieval que heredé de mi acaudalada estirpe de Normandía. Quizá porque carecen del más mínimo sentido del decoro y la cortesía. El caso es que mi relación con los parroquianos se ha visto degradada a la indiferencia más absoluta. Y me quedo corto por no acometer el uso de epítetos que ensucien mi gramática. 

Recuerdo cuando mis vecinos me hacían visitas. Se ofrecían para podar mis parrales. Me saludaban con respeto y pulcra educación. ¡Qué lejos están esos días de plenitud! Ahora, cada vez que me cruzo en su camino, como poco me ignoran. Hacen guiños y aparentan que no me han reconocido. Hasta las viejas se santiguan descaradamente. Incluso los niños, aleccionados por sus progenitores, huyen de mi presencia despavoridos. Sus dulces rostros se retuercen en asquerosas muecas que casi parecen espasmos terroríficos. Es  inaguantable. Y mucho más clamoroso si este encuentro tiene lugar en alguna dependencia de mi noble castillo. Sinceramente, querido bisabuelo, creo que el asunto de mi entierro ha producido daños irreparables en nuestras relaciones vecinales. 


PEDRO PUJANTE

miércoles, 24 de octubre de 2012

EL PECADO ORIGINAL











Revivamos una y otra vez los puntos
exactos,
determinantes
de aquella noche.
Interpretemos la mejor cogida de mano,
el roce en el muslo discreto
o los reojos encontrados.

Finjamos que todo es nuevo,
calcando de manera casi perfecta
los movimientos de esa primera cita,
el inicio.

Sabiéndonos hoy más libres,
revivamos esos gestos
y alarguemos un poco más
el pecado original.
NOELIA ILLÁN

sábado, 13 de octubre de 2012

PREÁMBULO A LAS INSTRUCCIONES PARA DAR CUERDA AL RELOJ


Piensa en esto: cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire. No te dan solamente el reloj, que los cumplas muy felices y esperamos que te dure porque es de buena marca, suizo con áncora de rubíes; no te regalan solamente ese menudo picapedrero que te atarás a la muñeca y pasearás contigo. Te regalan -no lo saben, lo terrible es que no lo saben-, te regalan un nuevo pedazo frágil y precario de ti mismo, algo que es tuyo pero no es tu cuerpo, que hay que atar a tu cuerpo con su correa como un bracito desesperado colgándose de tu muñeca. Te regalan la necesidad de darle cuerda todos los días, la obligación de darle cuerda para que siga siendo un reloj; te regalan la obsesión de atender a la hora exacta en las vitrinas de las joyerías, en el anuncio por la radio, en el servicio telefónico. Te regalan el miedo de perderlo, de que te lo roben, de que se te caiga al suelo y se rompa. Te regalan su marca, y la seguridad de que es una marca mejor que las otras, te regalan la tendencia de comparar tu reloj con los demás relojes. No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj.

JULIO CORTÁZAR

viernes, 12 de octubre de 2012

EL HOMBRE MÁS RICO DEL MUNDO




El encargo no tenía ojos ni oídos, el radar los había transformado en órganos inservibles. Tampoco tenía boca, ya que de tanto callar la evolución la consideró una atrofia que debía ser desechada. No oía, no veía, no hablaba.

— ¡ Es perfecto!  suspiró con gozo el comprador.

Extendió un cheque con una cifra anotada casi obscena. Pagó la patente y el adelanto del proceso de clonación masiva. No le tembló el pulso al firmar.

Sabía que las ventas a los gobiernos del modelo V.O.T.A.N.T.E. lo convertirían en el hombre más rico del mundo.

VANESA NAVARRO (MADELYNE BLUE)

viernes, 5 de octubre de 2012

LA VETERANA


Ilustración: Miquel Barceló

Ahí estaba ella, con más de sesenta años y haciendo la calle junto a jovencitas que no habían cumplido ni los veinte. ¡Puta vida la suya! ¿Cómo competir con esas chiquillas que estaban en lo mejor de sus vidas? ¿Cómo podía rivalizar con sus jóvenes y deseables cuerpos? A ella los pechos le colgaban como globos deshinchados, su trasero era un tonel y su cara parecía una ciruela podrida. El paso del tiempo se había encargado de rebozarla en años, kilos y arrugas. ¿Qué podía hacer? Otra cosa no sabía, sino ¿de qué iba a estar allí? Hacía décadas que tendría que haber abandonado la profesión, pero claro, cuando no se tiene otro medio de vida es complicado dejar aquello que te da de comer.
Del fondo del polígono llegó el ruido del motor de un vehículo. Las putas acudieron al borde de la carretera y dejaron al descubierto sus tetas. Ella no. ¿Para qué iba a enseñarlas? Ella cuanto más tapada mejor. Su fisonomía hacía mucho que dejó de ser apetecible. Cuando tenía la suerte de conseguir un cliente, éste únicamente reclamaba sus servicios para que le chupase la polla. Sacó el pintalabios y añadió una nueva capa a sus labios. Efectivamente, un coche llegó donde estaban las mujeres. Desde su puesto pudo ver que los ocupantes eran cuatro jóvenes con claros síntomas de embriaguez. Mal asunto. Su dilatada experiencia le había enseñado que jóvenes y alcohol no eran una buena combinación. No se preocupó demasiado pues intuyó que no la elegirían. Aun así permaneció junto a la carretera. El vehículo desfiló lentamente por delante de las chicas. Pasó junto a ella sin detenerse, pero a los pocos metros el coche dio marcha atrás y se paró a su lado.

- ¿Cuánto por chuparnos la polla a los cuatro? – quiso saber el conductor.

¿Por qué la habían elegido a ella cuando era evidente que podría ser la abuela de todos ellos? Había chicas preciosas. Entonces, ¿por qué se habían decidido por un vejestorio como ella? Cuidado, no te fíes. Algo en su interior la avisó del peligro y se puso a la defensiva, por si acaso.

- ¿Cuánto nos cobras?

Dijo una cifra. De inmediato los jóvenes la regatearon intentando bajar el precio a una ridiculez. Ella estaba necesitada de clientes, de hecho los necesitaba urgentemente, pero para trabajar por una miseria era mejor no trabajar. Así se lo dijo a los chicos. De pronto, uno de los chavales que iba en el asiento trasero, apuntó con un envase de plástico, lo presionó y un chorro salió disparado hacia el rostro de la puta. Lo vio llegar a cámara lenta. Luego notó el dolor. De seguido y entre risas, el conductor pisó el acelerador y el coche salió a toda potencia quemando rueda. Era aguafuerte. Con las manos en la cara gritó pidiendo ayuda. A su auxilio acudieron algunas compañeras. Le lavaron la cara con botellas de agua mineral y trataron de aliviarla de los escozores y quemaduras como buenamente pudieron.
La ambulancia tardó casi una hora en llegar.
Después de pasar unos días ingresada, los médicos le dieron el alta. Salió del hospital ciega de un ojo y con manchas rosáceas en el rostro. Un recuerdo de por vida del incidente. ¡Puta suerte la suya!
Una semana después ya estaba ocupando su puesto en el polígono. Las demás compañeras la recibieron como a una heroína. Todas admiraron su coraje y fortaleza. Sin duda se había ganado el respeto de todas ellas. Y no por ser una veterana, que también, si no porque ni el paso del tiempo, ni el deterioro de su cuerpo, ni tan siquiera las violaciones y humillaciones que había sufrido a lo largo de su carrera habían logrado que abandonara su profesión. Como tampoco había abandonado después de que aquellos jóvenes irresponsables la hubieran dejado medio ciega y desfigurada. Ella seguiría allí mientras la salud se lo permitiese. Y no por orgullo, tampoco por honor, no. Lo único que la mantenía anclada a aquel lugar eran la necesidad y la falta de recursos. Nada más.

PEPE PEREZA

lunes, 24 de septiembre de 2012

BUFO ALVARIUS


La princesa que no creía en los cuentos se decidió, por fin, a besar al sapo; un Bufo alvarius del Desierto de Sonora que contiene 5-MeO-DMT y bufotenina, un potente veneno alucinógeno con efectos psicoactivos. Así que se fue de rave.
VÍCTOR IZQUIERDO

jueves, 20 de septiembre de 2012

LA MARRANA



Los escuché hablando al otro lado del corral. Eran voces desconocidas y llamaron mi atención. Me asomé por encima del muro. Ahí estaban ellos, sentados sobre la tapia de enfrente. Eran dos chavales más o menos de mi edad. Al verme asomar la cabeza dejaron de hablar y me miraron con curiosidad.

- Hola.
- Hola – respondieron al unísono.
- ¿Cómo os llamáis?
- Yo me llamo Juan.
- Yo Pedro.

Salté el muro y me acerqué a ellos.

- Me llamo Pepe ¿Qué hacéis?
- Estábamos hablando – respondió Juan.
- Ya… Vosotros no sois de por aquí ¿verdad?
- No, hemos venido a visitar a unos parientes – volvió a contestar Juan, que sin duda era el menos tímido de los dos.

En ese momento escuchamos los gruñidos de una cerda que estaba en una cuadra a pocos metros. Yo ya estaba acostumbrado a la presencia de la marrana y a sus gruñidos, pero a ellos aquello les pareció de lo más interesante. Estaba claro que eran chicos de ciudad. Dado su entusiasmo, nos pusimos en pie sobre la tapia y caminamos guardando el equilibrio hasta llegar donde estaba encerrada la cerda. El animal alzó la cabeza y se nos quedo mirando mientras movía el hocico.

- ¡Qué grande es! – dijo Pedro, amedrentado por su tamaño.
- Está preñada y pronto parirá.

La cuadra a penas medía metro y medio de ancha por dos de larga, con lo que la marrana parecía más grande. El animal siguió mirándonos con el morro levantado. La tapia sobre la que estábamos era una construcción hecha con piedras planas, apiladas la una encima de la otra. Elegí una pequeña y la arrojé contra el gorrino. Le di en los cuartos traseros. Soltó un bufido que hizo mucha gracia a mis nuevos amigos. Cogí otra piedra y la lancé con fuerza. Hice blanco en su cabeza y le abrí un pequeño corte. El pobre animal trató de huir corriendo en círculos. Los chicos de ciudad al ver la sangre se entusiasmaron. Noté su respeto y admiración. Eso me gustó. Me sentí importante y poderoso. Esta vez me aseguré de coger una piedra más grande. Juan y Pedro me miraron expectantes. No podía defraudarles. Lancé y acerté en el cuello del animal. La cerda chilló y chilló. Trató de escapar, pero no había sitio donde hacerlo. Juan se unió a la fiesta y lanzó otra piedra. Después de eso, cogimos piedras a discreción y lapidamos a la cochina con saña. Vimos en pánico en su mirada y eso nos excitó. Nuestros instintos más primitivos empezaban a fluir. Seguimos apedreándola. Las piedras eran cada vez más grandes. Algunas le causaron heridas sangrantes lo cual nos llenó de júbilo. La marrana chillaba tan alto que por un momento creí que todo el pueblo la estaba escuchando y que alguien acudiría en su ayuda. No llegó nadie. Nosotros, sedientos de sangre, seguimos torturando al animal. Después de un tiempo, la marrana se rindió y se desplomó en el suelo resoplando sangre por la boca. Nos quedamos observándola en silencio. Comprendimos que estaba agonizando. En un arrebato de compasión quise acabar con su sufrimiento. Agarré una losa grande. Casi no pude levantarla de tanto como pesaba. Quería dejarla caer sobre su cabeza y terminar de una vez. Justo en ese momento, la puerta de la cuadra se abrió y apareció Genaro, el dueño de la marrana. Corrimos a escondernos. Salté la tapia de nuestro corral y fui a esconderme entre los sacos de pienso. No sé a dónde fueron los otros, no me importaba. Yo sabía que Genaro me había reconocido. Al poco tiempo escuché a mi madre llamándome a gritos. Por el tono de su voz supe que ya se había enterado de todo.
Aquella noche la marrana abortó. Mis padres tuvieron que hacerse cargo de todos los gastos e indemnizar a Genaro por la pérdida de los garrapos. Esa misma noche vi algo en sus miradas. Entonces no supe lo que era. Más adelante sufrí esa misma mirada en infinidad de ocasiones, sabiendo que lo que veía en los ojos de mis padres no era otra cosa que decepción.
PEPE PEREZA

lunes, 17 de septiembre de 2012

VELLAS





Chicas adolescentes con un suave bozo encima de sus carnosos labios. Mujeres maduras con una elegante barba blanca. Rubias con vello dorado sobre su cutis lleno de pecas. Pelirrojas con bigote recortado bajo su nariz respingona. Perillas que finalizan óvalos como dos lunas crecientes. Patillas enmarcando un rostro adusto de femme fatale. Barbas rizadas que te acarician cuando las besas. Barbas hirsutas que raspan tu lengua juguetona. Largas barbas que caen sobre pechos turgentes. Mujeres bellas, exuberantes, que te miran retándote a ser un hombre mientras admiras sus eróticas caras cubiertos de vello. Y tras ellas, las triunfantes, se esconden las otras mujeres, tristes fenómenos de circo, avergonzadas de su rostro lampiño y anodino.

BASILIO PUJANTE

YA NO ME QUIERES



Y llegaron los días que dejaste de quererme.
No lo niegues, habías dejado de quererme. Lo notaba en tu respiración, en la forma de lavarte el pelo, en cómo te sentabas en el suelo con las piernas cruzadas. Me lo decían tus pestañas, tus uñas, los lóbulos de tus orejas, incluso los ácaros que dejabas en la cama me lo decían: “Ya no te quiere, ya no te quiere” El viento cuando soplaba, tus braguitas colgadas del tendedero, ellas también me lo decían. Fui consciente de ello al verte caminar. Cuando te apartabas el flequillo yo sabía que no me querías. Si bebías agua lo sabía, al fregar los platos, al cerrar los ojos y al abrirlos. Sabía que ya no me querías, lo sabía. Si fumabas era porque no me querías y si no fumabas, tampoco me querías. Ya no me querías. Habías dejado de quererme y me lo demostrabas al darle cuerda al despertador o al hacer uso del retrete. No, no me querías, ya entonces no me querías. Lo sabía el gato, la lámpara y el felpudo de la entrada. Me lo decía el guiso que se cocía en la olla, las cortinas del salón. Me lo decían las canciones que escuchábamos y los libros que leíamos. Me lo chivaban el cepillo de dientes y la maquinilla de afeitar. No me querías. Yo era consciente de ello. También el florero y el polvo que flotaba en el aire. Y los destellos en la pared y la funda del sofá… Todos lo sabían. Y sufría porque no me querías. Se lo confesaba a las baldosas del pasillo. Con lágrimas en los ojos se lo decía. Hablaba con ellas y les decía que no me querías. Me sinceraba explicándoles que no me querías. Si dudaba solo tenía que mirarte para saber que no, que no me querías

PEPE PEREZA

martes, 11 de septiembre de 2012

LOS BOCADILLOS




Vamos conduciendo. Debido a la hierba que estamos fumando nos entra un hambre cruel, así que paramos en el primer pueblo que encontramos. A la primera persona que vemos le preguntamos por un sitio para comer. El aldeano nos dice que sigamos calle arriba y daremos con, según pronuncia, el bar “Keroa”. Andamos hasta llegar a un local con amplia cristalera llamado realmente “Kerouac”. Entramos y echamos un vistazo a los expositores de la barra, sólo hay bolsas de patatas fritas, cortezas y algún que otro dulce. Nosotros queremos algo más consistente y que además esté caliente. Pregunto a la camarera, una señora de unos sesenta años, bajita y desenvuelta. Nos dice que sí, que la cocinera nos puede preparar unos bocadillos. Los elegimos de lomo a la brasa con pimientos del Piquillo. La camarera entra en la cocina para comunicar el pedido a la cocinera. Aprovechas para ir al servicio, yo opto por amenizar la espera con el humo de un cigarro. El bar es amplio y pasado de moda, bien iluminado gracias a la gran cristalera que deja entrar la luz diurna. Los parroquianos habituales son unos pocos jubilados que repartidos por las mesas del fondo juegan a las cartas o al dominó. Es el típico bar de pueblo. De pronto, un anciano que está sentado al fondo vomita sobre su mesa. Lo hace con toda la naturalidad del mundo, como si fuera una costumbre arraigada y respetada por todos. El resto de los presentes se apartan con muecas de asco. El anciano se levanta y sin hacer caso de los comentarios y las recriminaciones abandona el local. Las protestas llaman la atención de la camarera que en estos momentos sale de la cocina. Al ver la vomitona se lleva las manos a la cabeza y se santigua. Sales de los servicios y te detienes para observar cómo la camarera echa el grito al cielo y entra en la cocina sin parar con sus aspavientos. Cuando descubres el motivo y ves los vómitos se te escapa una arcada. Vienes a mí sin creerte lo que has visto.

- Está todo lleno de sangre.
- ¿Sangre?
- Sí, sangre.
- ¿Estás segura?
- Claro que estoy segura, la acabo de ver con mis propios ojos ¿Qué ha pasado?
- Un abuelo ha vomitado. Por eso dudo de que sea sangre. Seguro que es vino.
- Te digo que es sangre. Si no me crees acércate tú mismo a míralo…

♫♫♫♫ Suena tu móvil. Lo coges del bolso y… ♫♫♫♫…contestas. Dentro del bar no hay cobertura así que tienes que salir a la calle para poder atender la llamada.
La camarera sale de la cocina sosteniendo el mocho de una fregona. Recoge los vómitos del suelo y vuelve a la cocina con la fregona escurriendo. Me fijo en los goterones que deja en su recorrido. Efectivamente es sangre, tú tenías razón. Ese anciano debe sufrir algún tipo de enfermedad que le obliga a vomitar sangre. Me pregunto por qué la camarera no utiliza un cubo con agua y jabón para fregarlo todo como es debido. Con su acción lo único que está consiguiendo es esparcir la sangre por todo el local. De hecho, cuando sale de la cocina me sorprende de que no lleve un cubo lleno agua para acabar el trabajo de limpieza. En su lugar utiliza unas servilletas de papel y con ellas limpia la mesa que ha vomitado el anciano. Como es natural las servilletas se empapan enseguida y es inevitable que se pringue los dedos. Asisto incrédulo a la falta de higiene de la señora. Regresa a la barra sujetando las servilletas con el pulgar y el índice para arrojarlas al cubo de la basura que oculta detrás del mostrador. Después ni siquiera tiene el detalle de lavarse las manos, tan sólo se las frota en el delantal y con eso se da por satisfecha. Entras de nuevo al local.

- ¿A que no sabes quién era?

Yo no quito ojo a la camarera. Quiero ver si se lava las manos. Por mucha hambre que tenga no voy a comerme algo que ella haya tocado con las manos sucias.

- ¿A que no sabes quién llamaba?
- Ni idea.
- Mi hermana, desde Londres. Te manda recuerdos.
- Se los devuelves con un beso cuando vuelvas a hablar con ella.

No dejo de vigilar a la camarera. Tú te apoyas en la barra y te muestras impaciente, tienes tanta hambre que no puedes esperar a que nos sirvan la comida.

- ¡Qué hambre tengo! Me comería una ternera entera si me la pusieran en un plato.

Me siento tentado de comentarle lo sucedido, aunque prefiero no aguarte el apetito. La camarera entra en la cocina. Al perderla de vista ya no puedo controlar si se lava o no las manos. Me digo que sí, que se las va a lavar en el fregadero de la cocina. Trato de convencerme de que es así. Al rato sale con los bocadillos y los deja sobre la barra. Tienen una pinta estupenda. Echo una mirada a sus manos. Me gustaría vérselas mojadas, pero no es así. Se las ha secado con una toalla antes de salir, me digo. Te lanzas a por uno de los bocadillos y de inmediato le asestas un mordisco.

- ¡Hummm!, está buenísimo.

Intento dejar a un lado los escrúpulos y cojo el mío. Lo examino buscando restos de sangre. No veo nada fuera de lo normal. Le doy un mordisco, está exquisito. El pan es blando, la carne está en su punto, los pimientos también. La cocinera es toda una profesional. Lástima que la imagen de la camarera sujetando las servilletas empapadas en sangre no se me vaya de la cabeza. Al tragar siento un nudo en el estómago y tengo que hacer un gran esfuerzo para reprimir una arcada. Tú devoras tu bocata con una sonrisa en la cara. Hago un último intento por comerme el mío, lo abro y le quito los pimientos, su color me recuerda a la sangre escurriendo del mocho.

- Si no los quieres dámelos a mí.

Te los doy.

- Están riquísimos, tonto.

Intento un segundo mordisco, pero estoy a punto de vomitar. Dejo el bocadillo sobre la barra.

- ¿Qué pasa?
- No me apetece comer.
- ¿Te encuentras bien?
- He perdido el apetito. Supongo que es por los porros.

Das por buena mi respuesta y sigues comiendo. Me fijo en los goterones de sangre que han quedado en el suelo y vuelvo a sentir nauseas. Me concentro en la luz que entra por ventanal mientras devoras tu bocadillo. Cuando lo terminas sigues con el mío.
PEPE PEREZA

EL PASEO



Hoy me he despertado atada a la almohada, pienso que quizá fue el vino de la noche anterior. Con algo de pereza he salido a la calle, temprano. Al doblar una esquina el Levante me ha perseguido, se ha paseado por mi espalda, y ya convertida en agua salada, de vuelta a casa, he tragado el aire verde de la hierba. Y me he dormido. Y he vuelto a despertar, esta vez sin rastro de cansancio, con margaritas en los ojos, arena entre mis dedos, el pelo enredado.


Estef Anía

lunes, 10 de septiembre de 2012

POR QUÉ NO ESTOY AQUÍ


Llegué hasta allí y contemplé el camino que me llevó hasta aquí. Quise probar después con todas esas islas, caminos en el agua, senderos sin oxígeno: un recorrido anfibio, abierto por cuchillos.

Pasaron pájaros, cuchillos, más allá. Debía estar la ruta. No fijarla, olvidarla, negarla ante los jueces. No hay un tribunal más allá de ti mismo: caminas, juzgas, sigue caminando.

Solo si olvidas que has llegado habrás llegado.Eres juzgado, olvídalo: sé justo, porque sé que no serás benévolo.


JOSÉ ÓSCAR LÓPEZ

EL HOMBRE MOJADO NO TEME LA LLUVIA



Debe llover el poema
para ser poesía.
Y aún empapando con avidez
tierras baldías,
no habrá poeta (a pesar del poema)
si antes su ser no fue mojado
por lluvias ajenas.
Calado, agitado. Erizado; inconteniblemente llovido.
Furiosamente llovido.

Absolutamente húmedo.

Debe llover el poema para ser poesía
y el poeta, tierra desnuda
expuesta a todo aguacero.



Vega Cerezo

jueves, 6 de septiembre de 2012

UN CREYENTE

 

Al caer la tarde, dos desconocidos se encuentran en los oscuros corredores de una galería de cuadros. Con un ligero escalofrío, uno de ellos dijo: 

-Este lugar es siniestro. ¿Usted cree en fantasmas? 

-Yo no -respondió el otro-. ¿Y usted? 

-Yo sí -dijo el primero, y desapareció. 

De Antología de la literatura fantástica. Borges, Ocampo y Bioy (1940)