domingo, 28 de octubre de 2012

LOS CAMBIOS DE COSTUMBRES



Para alguien tan aferrado a las viejas costumbres como yo todos los cambios son sinónimo de malestar y desasosiego. Mis vecinos, mis pobres vecinos siempre me han detestado. Ahora lo sé. Quizá envidia por mi linaje o por mis extensas propiedades o por este castillo medieval que heredé de mi acaudalada estirpe de Normandía. Quizá porque carecen del más mínimo sentido del decoro y la cortesía. El caso es que mi relación con los parroquianos se ha visto degradada a la indiferencia más absoluta. Y me quedo corto por no acometer el uso de epítetos que ensucien mi gramática. 

Recuerdo cuando mis vecinos me hacían visitas. Se ofrecían para podar mis parrales. Me saludaban con respeto y pulcra educación. ¡Qué lejos están esos días de plenitud! Ahora, cada vez que me cruzo en su camino, como poco me ignoran. Hacen guiños y aparentan que no me han reconocido. Hasta las viejas se santiguan descaradamente. Incluso los niños, aleccionados por sus progenitores, huyen de mi presencia despavoridos. Sus dulces rostros se retuercen en asquerosas muecas que casi parecen espasmos terroríficos. Es  inaguantable. Y mucho más clamoroso si este encuentro tiene lugar en alguna dependencia de mi noble castillo. Sinceramente, querido bisabuelo, creo que el asunto de mi entierro ha producido daños irreparables en nuestras relaciones vecinales. 


PEDRO PUJANTE

No hay comentarios:

Publicar un comentario